Todo apunta a que, en un futuro no muy lejano, máquinas inteligentes harán gran parte de las tareas que ahora realizan las personas, lo que supondrá una profunda transformación
Vivimos en la era de los datos masivos. Convivimos con dispositivos tecnológicos que, a través de diversos algoritmos, nos indican qué recorrido tomar para llegar a casa, nos sugieren qué comer, qué leer y qué lugares visitar a partir de información que obtienen sobre nuestros gustos y aficiones.
Digitalización y globalización son dos conceptos que se han vuelto lugares comunes al analizar nuestro contexto. Datos recientes muestran cómo el mercado de la educación digital aumentará un 5% al año hasta 2021. Expertos analistas pronostican un crecimiento del 50% en el mercado de la inteligencia artificial entre 2017 y 2021. Ya no hablamos de futuro: la inteligencia artificial es presente y plantea retos que tenemos que abordar con urgencia.
¿Debemos pensar, por tanto, que los robots reemplazarán el trabajo de los hombres? Todo apunta a que, en un futuro no muy lejano, máquinas inteligentes harán gran parte de las tareas que ahora realizan las personas, lo que supondrá una profunda transformación social y del empleo. Sin embargo, en un contexto donde muchas de las acciones cognitivas rutinarias se han automatizado, cualidades como el sentido común, el pensamiento cognitivo o la inteligencia emocional son valores al alza.
En una sociedad digital, la calidad de la participación ciudadana estará supeditada a la capacidad de expresión, a la responsabilidad sobre las acciones virtuales que se realicen, a la colaboración, y a la habilidad para gestionar situaciones y emociones. Ser ciudadano del siglo XXI no supone solo ser competente en el ámbito digital. Más importante aún: según se incrementa la tecnología, se intensifican las demandas que comprometen al individuo con lo social y con lo humano.
Voces autorizadas, como la del director de educación de la OCDE, Andreas Schleicher, señalan que la próxima generación de jóvenes creará empleos, no los buscará, y colaborará para hacer progresar a la humanidad. Para ello, hará falta ingenio, creatividad o empatía, capacidades exclusivamente humanas y que son los cimientos de una ciudadanía competente, con capacidad para intervenir eficazmente en los distintos ámbitos de la vida.
Hay que remontarse a los años setenta y al mundo de la empresa para hablar de competencias. Desde entonces, su uso se ha ido extendiendo, no sin crítica, al campo de la educación. En la actualidad, no solo se ha convertido en uno de los objetivos centrales de los sistemas educativos —formar jóvenes competentes— sino que, además, este enfoque está llamado a transformar las escuelas y los procesos de formación: dota de sentido práctico los aprendizajes y abre lo educativo a espacios que trascienden lo académico.
"La cuestión no es decirles a las personas lo que tienen que pensar, sino acostumbrarlas a que piensen", en palabras del gran maestro Sócrates. En un contexto donde la tecnología, a golpe de clic, parece ofrecernos todas las respuestas, esta es, en ocasiones, una tarea complicada.
Abordar las fuentes de la desigualdad social y económica requiere de propuestas que pongan el foco en la formación y en la educación, como herramientas imprescindibles para el desarrollo
Pero el reto es aún mayor. El enfoque por competencias trasciende el plano del individuo y sitúa el debate en el ámbito de lo social: el modo en cómo una sociedad desarrolla y utiliza el conocimiento de su población es el motor para su progreso.
Y así lo han entendido muchas organizaciones internacionales. La Unión Europea y Unesco, por su parte, adoptaron un marco de referencia que define las competencias clave para el desarrollo del individuo, así como para la ciudadanía activa y el empleo. En el caso de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), el proyecto Metas Educativas 2021, planteó trabajar las competencias en el ámbito educativo y como estrategia para la inclusión social. Y, a escala internacional, la ONU con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 17 ODS hace continuas alusiones a este enfoque como herramienta para lograr un mundo sostenible en el año 2030.
El concepto de competencia se ha incorporado con fuerza al discurso de la cooperación y el desarrollo. Y no puede ser de otra forma: las tecnologías traen oportunidades pero también riesgos. En Iberoamérica, este proceso se da en contextos de histórica y persistente desigualdad, afirma Daniela Trucco, especialista de la CEPAL. Los países menos desarrollados se arriesgan a sufrir nuevas divisiones sociales y tecnológicas. Si bien el desarrollo de la inteligencia artificial puede crear numerosas posibilidades, también puede ahondar en las desigualdades existentes. El resultado es, en palabras de Hilbert (2015), una nueva forma de brecha digital: una brecha en el uso del conocimiento basado en datos para fundamentar la toma de decisiones inteligentes.
Nos encontramos, por tanto, ante un momento decisivo. Abordar las fuentes de la desigualdad social y económica requiere de propuestas que pongan el foco en la formación y en la educación, como herramientas imprescindibles para el desarrollo. Necesitamos incorporar el debate (y la acción), tanto en el campo de la cooperación internacional como en las políticas nacionales, para hacer frente a un escenario que va a conllevar desafíos sin precedentes.
Con esta mirada, y conscientes de la magnitud de la tarea, la OEI ha puesto en marcha un programa orientado al desarrollo y fortalecimiento de las competencias para el siglo XXI. En esta propuesta, la equidad y la inclusión son valores fundacionales a la hora de diseñar políticas que se comprometan con el aprendizaje a lo largo de la vida, y que tengan como objetivo elevar el nivel educativo y la cualificación de las personas.
Se trata de promover la investigación y la innovación; de impulsar la generación de conocimiento y el intercambio de experiencias entre países y actores. Es necesario, hoy más que nunca, fomentar el diálogo de políticas entre sectores e instituciones diversos y avanzar en la definición de soluciones consensuadas y colaborativas. En definitiva, que Iberoamérica forme parte por derecho en los espacios en los que se está discutiendo hacia dónde avanza el mundo y cómo se va a construir esta ciudadanía capaz de aprender y desaprender al ritmo que los tiempos tecnológicos actuales están marcando.
Tamara Díaz es coordinadora de Educación de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).
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Saludos crema